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ISSN 1989-4163

NUMERO 74 - VERANO 2016

Gallo 843

Sergio Manganelli

 

     

Sentado en el umbral del precipicio
espero ver pasar la pompa fúnebre
de todos nuestros muertos.

De pie frente al portón del universo
busco hallar mis verdades
convertidas en sueño.

Entro al último cuarto de la casa
y veo las marionetas colgando
de sus telarañas,
allí están todos,
sentados a la gran mesa,
hartos ya de viajar de tumba en tumba.

Mario sonríe,
pálido, amarillo.
Ana muere de tos bajo el invierno.
Elda medita inerte entre las migas del mantel.
Lidia junta sus cosas para salir a buscar
su propia despedida.

Mi madre va destejiendo historias,
fábulas, arma su burbuja de jabón
para huir de la sombra y el olor a humedad,
para besar la gloria.

El buen Roberto carga y carga,
él nunca tiene frío,
ni hambre, ni dolor.
El carga el peso de todas las cruces.

 

En cada una de las puntas, ellos.
Mamá y papá.
Treinta años de asesinarse perversamente.
Las heridas, los hijos.
El frío.

La casa.

La casa y sus muertos,
y hoy le toca morir a ella.

Detrás de nosotros,
los náufragos.

Carlos anda por los pasillos
buscando los trozos de infancia
que un día le robó la calle,
o que perdió.
Sin saber, o sin querer.

Todos me sonríen al entrar,
y yo también sonrío.
Por cuanto me lastiman
y por cuanto los quiero.

Suena el despertador.

El nonno agrega aceite a los fideos,
y todos comen consintiendo
una salsa de Mussolini y rabia.
Con queso rallado,
hasta atragantarse.

Y el olor a mandarinas
me ayuda a olvidar el tiempo que pasa.

 

Adónde están?
qué hace Mario vagando
por las escaleras
de una hermosa torre de veintitrés pisos?
qué fue de la casa y mi gama de grises?

Carlos escapa, una y otra vez.

Se acaban los techos, no hay adonde ir.

Vuelvo a mi refugio de paredes mojadas
y mientras Neruda recita sus versos
en las minas del Sur,
yo espero mi turno.

A formar dice el destino,
a tomar distancia dicen todos.

Papá y mamá, ausentes.

El resto llegó tarde.

Media sanción al que muera primero,
los demás a repetir, eternamente.

La historia.

Garrick merodea por las piezas,
quiere dar su última vuelta
antes de buscar otro médico.

Y el frío.

Un perro que ladra buscando comida.

 

La casa se queda sin muertos,
sin hijos,
sin sus extraños y tristes fantasmas,
y Elda canta un tango
mientras me enjuago las medias
y el alma.

No ven que ya no tengo manos?

El tiempo es un ovillo inmenso,
de la punta tiran los espectros.
La vendedora de claveles
El dentista
Garrick
 Pedro
Mario
Vos
y yo.

La puerta del sótano está abierta
y el tapiz del pastor y la oveja
se luce nuevamente en la pared
del vestíbulo.

El finadito tal,
o el finadito cual,
viene a casa esta noche a cenar.
Despedida.
Rafael patalea para no ser devorado,
hace cortocircuitos para defenderse.
Ya ni se oye al vecino de abajo.

La casa está muerta.

Pero espera,
nos espera a todos.

 

Camino hacia la oscuridad del pasillo
y me pierdo en la calle.

Está amaneciendo en Gallo y Córdoba.
La araña bosteza y se traga a unos cuantos.

Salto a un charco
y muero ahogado de nubes,
con un verso en la boca, dedicado a Garrick,
y un clavel de la tumba de todos nuestros muertos.



 

 

Gallo 843

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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